Es la devoción que proclama la Divina Misericordia como una de las principales prerrogativas del Sagrado Corazón que desea que todos los hombres se salven tal y como Él mismo transmitió a santa Faustina Kovalska: “A las almas que propaguen la devoción a mi Misericordia, las protegeré durante toda su vida como una madre cariñosa a su hijo recién nacido, y a la hora de la muerte no seré para ellas juez sino salvador misericordioso”.
Son, por tanto, promesas del mismo Jesús de las que todos nos podemos beneficiar con su devoción y propagación. Jesús, en los años 30 del pasado siglo, dijo a santa Faustina “Antes de venir como juez justo abro de par en par la puerta de Mi Misericordia … porque está cercano el día de Mi justicia…. Todavía queda tiempo para que recurran a ella”. Jesús, con sus apariciones a santa Faustina, pretende recordarnos cuál es el camino a seguir para lograr nuestra conversión y, por consiguiente, nuestra salvación.
La oración de la santa rezaba en estos términos: “Padre Eterno, te ofrezco el Cuerpo y la Sangre , el Alma y la Divinidad de Tu amadísimo Hijo, Nuestro Señor Jesucristo, como propiciación de nuestros pecados y los del mundo entero”. Por su dolorosa Pasión, ten misericordia de nosotros y del mundo entero.”
Sobre esta oración Jesús mismo la informó: “Esta oración sirve para aplacar mi santa ira, la rezarás durante nueve días con un rosario, empezando el Viernes Santo. Durante la novena concederé a las almas todas las gracias” El mismo Jesús la explicó cuáles eran las peticiones que debería hacer a Su Corazón cada día de la novena: en el primer día rezar por toda la humanidad, especialmente todos los pecadores; el segundo día por los sacerdotes y religiosos; el tercer día por las almas devotas y los fieles; el cuarto día por todos los que no creen en Jesús y los que todavía no le conocen; el quinto día por nuestros hermanos separados de la fe católica; el sexto día por las almas mansas y humildes y las de los niños pequeños; el séptimo día por las almas de cuantos le veneran y glorifican Su infinita Misericordia; el octavo día por las almas del Purgatorio; el noveno día por almas tibias.”
El 10 de noviembre de 1937 Jesús la transmitió: “Muchas almas ya han sido atraídas a Mi amor y Mi misericordia ha actuado en ellas por medio de esta devoción” y también: “Mi Misericordia es mayor que todas las miserias de tu alma y las del mundo entero. Por tu alma bajé del Cielo a la tierra y me dejé clavar en la Cruz… Yo soy el Amor y la Misericordia… Cuando te acerques a la confesión, sumérgete en Mi Misericordia con gran confianza. Si tu confianza es grande mi generosidad no tendrá límite”.
Esta devoción fue impulsada por el papa san Juan Pablo II el 30 de abril de 2000 que mandó celebrarla el domingo siguiente al de Pascua de Resurrección y que en Cracovia, en el año 2002, dijo: “Ha llegado la hora en la que el mensaje de la Divina Misericordia derrame en los corazones la esperanza y se transforme en chispa de una nueva civilización: la civilización del amor”.